
De acuerdo al
Qurán, todos los fieles musulmanes tendrían su recompensa al morir, en lo que llamaban el
Janah, o Paraiso. Los elegidos tendrían ahí los más finos manjares, los palacios más lujosos, el agua más fresca y, sobre todo, la presencia de la
huríes. De acuerdo a esta creencia, se trataba de mujeres perpetuamente vírgenes, increíblemente bellas, que estarían al servicio de los justos. Si bien los modernos imanes las interpretan como símbolos de la eterna bienaventuranza, muchos lo interpretaban literalmente, partiendo del hecho de que el
Qurán aseguraba que
todos sus deseos serían cumplidos. En ese entendido, muchos fieles las toman como esclavas sexuales literales, y la virginidad perpetua entendida como eternamente renovada después de cada relación. Este símbolo ha sido motivo de discusión entre los diversos exégetas musulmanes, que si bien han llegado a un acuerdo de naturaleza más sublime, no han podido evitar que los creyentes le den una explicación mucho más terrenal.
Y curiosamente para una sociedad tan machista como la árabe, las mujeres también tenían una recompensa equivalente, hombres eternamente célibes y de belleza inigualable, que se llamaban
ghilmanes, aunque no se entraba en tanto detalle en cuanto a ellos que con las
huríes.
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