
Para los japoneses, el sentido de disciplina y la estructura social es básico, y llega a todos los niveles, incluso al sexual. Desde prácticamente los primeros años de esta civilización, existían las llamadas
yūjo, literalmente mujeres de placer, que eran básicamente prostitutas. Sin embargo, para muchos hombres nobles y adinerados, el recurrir a una mujer que quizá compartió sus favores con alguien de menor nivel social era impensable. Por ello, aparecería la oiran, prostitutas elegidas no sólo por su belleza y habilidades sexuales, sino por su cultura, conversación y talentos artísticos. La estratificación llegaba a tal nivel, que incluso entre las oiran existían las llamadas
tayū, que sólo podían atender al
daymio o a los nobles del
shogun, incluso si el cliente pudiera pagar el costo de sus servicios. Curiosamente, aunque todas las
yūjos eran vistas con rechazo, las
oiran eran sumamente respetadas, al grado de que muchas de ellas llegaron a ser célebres y reconocidas, incluso a pesar de que muchos de los que las conocían nunca podrían aspirar a compartir su lecho.
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